La oradora silente

Fecha: 11 de marzo de 2018 Categoría: Palabra hablada Comentarios: 0
La oratoria es pasión y reflexión hablada. En mis charlas y clases sobre ella, insisto en que es una forma de expresión a medio camino entre el arte y la política, de allí que combine belleza y persuasión.
 
Me gusta decir, también, que la musa de la elocuencia es de ideales igualitarios, así que no exige cualidades físicas especiales entre quienes desean seguirla y honrarla. Lo que sí exige es disposición de ánimo y muchas lecturas, pues no se puede hablar de lo que no se conoce.
 
Incluso, he dicho muchas veces que la única cualidad inevitable en un orador es la capacidad de hablar. Ni siquiera se necesita una gran voz, aunque ayude mucho el poseerla, pues si bien la oratoria nació en la calle, en los espacios de la deliberación popular, en los mercados y plazas, en nuestros días existen aditamentos tecnológicos que suplen la sonoridad natural. Los mejores discursos de Churchill, por ejemplo, se pronunciaron por radio.
 
Pero la vida enseña mucho para quien esté dispuesto al aprendizaje. Por eso, el camino del conocimiento debe emprenderse con humildad. Así ocurrió en el reciente certamen estatal de oratoria, convocado por el Honorable Congreso del Estado. Allí recibí una lección más, lo que demuestra que nadie domina un tema por completo. Participó alguien que sacudió todas mis previsiones en torno a la elocuencia, una joven con discapacidad auditiva y usando el lenguaje de señas, Perla Patricia Ávalos Calvillo.
 
Por supuesto, eso parecía un absurdo, un despropósito, pues no se puede juzgar un mensaje hablado sin poder hablar. Para mí era como calificar a un escultor sin manos o a un fotógrafo ciego (aunque los hay). Alguien dirá que Beethoven era sordo (es el ejemplo que todo mundo tiene a la mano), pero no lo fue siempre y cuando perdió el oído ya dominaba a la perfección la composición musical.
 
El caso es que después recordé que, cuando fui Secretario de Cultura, una excelente maestra de danza logró hacer bailar con ritmo a un grupo de niños con discapacidad auditiva. Aún no sé cómo lo hizo, pero el resultado fue estupendo. Entonces reflexioné que Perla Patricia podía tener el poder de la elocuencia, si bien limitado a un lenguaje que yo no podía entender. Su talento luchó por expresarse y lo consiguió con el lenguaje que tuvo a su alcance. Sus emociones se expresaron, así, con la mímica, y por medio de ella entonó un mensaje que quiso compartir.
 
Nunca supe de un caso similar. Cuando concursaba en oratoria, hace muchos años, conocí a un maestro orador que era invidente y tengo un gran amigo sin brazos que es un competente abogado, pero nunca supe de una oradora silente.
 
A Perla Patricia, por fortuna, no le importan los precedentes: ella llegó a decir su mensaje y punto. Es —hasta donde llega mi dominio del tema— la primera oradora silente de la historia. Si ella pudo lograrlo, es que jamás tendrá límites en nada. Mal haríamos en tener esos límites nosotros.
 
El jurado no podía calificarla como a los demás concursantes, claro, pero decidió darle un premio especial en reconocimiento a su esfuerzo. Un premio bien merecido.
 
Bendita sea esta chica que demostró que la elocuencia también puede fluir de las manos. Es posible, incluso, que ella esté más cerca de la verdad que todos nosotros.
 
Sí, quizás en el principio no fue el verbo, sino el gesto.
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